Traducido para Rebelion por Alma Allende
Hay un columpio sin niños que sube y baja, va y viene y movido por el viento enfrente de lo que queda de una casa reducida a escombros. También hay dos niños sin columpio ni ganas de jugar. Son dos hermanos. Mohamed Ali tiene once años y Ali, catorce. El misil cayó en el patio de su casa mientras se estaban divirtiendo. Cuando llegaron a urgencias, ya era demasiado tarde. A Mohamed le tuvieron que extirpar un ojo y amputar una mano. Está acostado en una cama de hospital con una pierna rota atornillada a una guía de hierro y el resto del cuerpo cubierto de vendas y cicatrices. Llora y dice que le duele. Pero su hermano mayor, Ali, no tiene palabras de consuelo, porque también él está en una cama del mismo hospital. Su infancia se acabó en un instante. El momento de la explosión de un misil disparado a lo loco contra un distrito de la ciudad con el único objetivo de herir a civiles. Bienvenidos a Misratah. La ciudad rebelde de la Tripolitania que lleva 40 días resistiendo heroicamente el asedio de las milicias de Gadafi y que desde hace tres semanas permanece aislada del resto del país. Las líneas telefónicas están fuera de servicio, la mitad de las casas no tiene corriente eléctrica y la única agua ya accesible es la de los pozos, porque los conductos del acueducto han sido cerrados por los hombres de Gadafi, que rodean la ciudad. La única vía libre que se mantiene abierta es el mar, y es precisamente ésa la que hemos elegido para romper otro aislamiento: el de la prensa internacional. Porque hasta el momento ningún corresponsal de un gran medio ha logrado llegar hasta aquí.
