Aytam tiene 26 años y sobre la camiseta tiene aún estampado el rótulo de los voluntarios del campo de entrenamiento de Benghazi. Encima se puede leer en árabe: “Base de los mártires del 17 de febrero. No nos rendimos, venceremos o nos sacrificaremos”. Acaba de salir del campo militar a bordo de un Mazda rojo y nos hace una señal por la ventana para que subamos, que nos lleva de buen grado al tribunal. Aytam entró en las brigadas tras la muerte de su hermano Mohamed, que había cumplido 28 años. Lo mataron durante el funeral de algunos de los jóvenes asesinados en los primeros días de la revuelta aquí en Benghazi. La multitud se dirigía al cementerio cuando los francotiradores desde los tejados abrieron fuego. Era el 19 de febrero; ese día murieron 15 muchachos. A Mohamed le dieron en la cabeza los francotiradores apostados sobre el edificio del otro lado de la carretera.
Desde ese día, Aytam lleva pegado en el parabrisas del Mazda una foto del hermano. Y al lado ha puesto una estampa de Omar al-Mujtar, el famoso y amado líder de la resistencia líbia contra la colonización italiana en los años 20. Han pasado 80 años desde que en 1931 al-Mujtar fue capturado por los fascistas de Graziani, condenado precisamente aquí en Benghazi y enseguida ahorcado. Y sin embargo es todavía hoy uno de los símbolos más difundidos de la revolución de los jóvenes del 17 de febrero. Su imagen aparece estampada en las viejas banderas de tiempos del rey Idris. Tres bandas horizontales, negra, verde y roja, que han jubilado las banderas verdes monocolores de Gadafi, desaparecidas de la ciudad junto a todos los símbolos de la dictadura, incluidos los cartelones de Gadafi que antes se encontraban por todas partes. Ahora su rostro sólo aparece en las feroces caricaturas dibujadas por los chavales a lo largo de las paredes de las calles donde se suceden las manifestaciones.
Las mismas paredes testimonian la masacre ocurrida en Benghazi entre el 15 y el 20 de febrero. Sobre todo en las proximidades del campo de las milicias de Gadafi. Los muros externos de las casas están acribillados de balas. Son viviendas normales, no objetivos militares, pero han sido reducidas a queso gruyere por las ráfagas de las milicias. En los orificios socavados por los proyectiles cabe un dedo. En estas calles, en menos de una semana, murieron al menos trescientas o cuatrocientas personas. Todas serán recordadas como mártires de la liberación de su país. Uno de ellos es considerado ya un héroe. Se llama Mahdi Ziu. Un hombre de unos cuarenta años, casado y padre de dos niñas, que el 20 de febrero cargó su coche de explosivos y se hizo estallar delante de la puerta del campo militar de las milicias de Gadafi, alrededor del cual la masacre se prolongaba desde hacía tres días. Gracias a esta acción, al final de la jornada del 20, los jóvenes de la revolución lograron apoderarse del campo, la “katiba” en árabe, poner en fuga a los mercenarios, liberar a los militares arrestados por negarse a disparar sobre la multitud e incendiarlo todo.
Ese día en la calle estaba también Mohamed. Es un estudiante de ingeniería industrial, de 23 años, nacido en Vancouver y criado en Canadá hasta los cinco años. Era vecino de Mahdi Ziu. El día anterior habían ido juntos en coche a la manifestación. Y ese día nadie se esperaba que hiciera lo que hizo después. Junto a Mohamed, que hoy es voluntario en el centro de prensa de Benghazi, entramos en las ruinas del campo de los milicianos de Gadafi. Durante años aquí se ha practicado la represión y tortura de un pueblo. De todo eso hoy no queda la menor huella. El fuego lo ha quemado todo. Las paredes están ennegrecidas por las llamas. El suelo está cubierto por kilos de cenizas procedentes de miles de documentos quemados para siempre con sus secretos. Cuando salimos de la Katiba, encontramos fuera la carcasa del automóvil con el que el vecino de Mohamed, Mahdi Ziu saltó por los aires delante de la puerta. Sobre los muros del recinto de la antigua base están escritos los nombres de otros jóvenes asesinados en los enfrentamientos. A través de la entrada siguen llegando curiosos. Chavalines y familias de excursión. Vienen a ver los lugares profanados por el poder. Sin bajarse siquiera del coche. Con la ventanilla bajada y la música alta que reproduce las nuevas piezas de rap apenas grabadas con los textos de las nuevas canciones de la revolución de Benghazi.
La Cirenaica ya no tiene miedo. No se vuelve atrás. Visto desde aquí Gadafi es un hombre acabado. Si no fuese porque no dejan de llegar pésimas noticias del frente militar, con dos derrotas de los revolucionarios en dos días y la pérdida de los dos importantes pozos militares de Ras Lanuf y Brega. Una pérdida muy grave incluso según algunos de los 13 miembros del Consejo de transición de los insurgentes. El juez Hamal Hodheifa, por ejemplo, está preocupado, dice que sin esos dos pozos recién perdidos no hay reservas en Cirenaica para más de diez días. Sin embargo, sobre este punto Mustafa Ghariani no está de acuerdo. Para él es sencillo. Libia ha importado siempre el petróleo refinado de Italia y del exterior. Y puede seguir haciéndolo también ahora; sólo hay un problema de liquidez. En este sentido están trabajando con diligencia los delegados del Consejo transitorio. Ya han obtenido el reconocimiento de Francia y el respeto de la UE, los EE.UU. y la Liga Arabe. Y ahora tratan de acceder a los fondos secuestrados en el extranjero al régimen de Trípoli. Todo está destinado a cambiar muy deprisa, según Ghariani, el cual en el Consejo hace un poco de todo, como corresponde a su carrera de hombre de negocios. También porque -añade- la economía europea, ya en crisis, no podría soportar un bloqueo petrolífero en Libia, motivo por el cual -según él- muy pronto adoptarán más abiertamente la causa del pueblo libio.
Según él, Gadafi ha perdido para siempre el apoyo del pueblo y no puede gobernar un país con 15.000 milicianos. Es cierto, en Tripoli la represión ha sido demasiado violenta como para que la gente se atreva a salir de nuevo a la calle. Han perdido entre 200 y 300 personas en un solo día y muchos no han podido ni siquiera celebrar el funeral porque han hecho desaparecer los cadáveres. También se dice que se han llevado a los heridos de los hospitales y que no se sabe nada de los arrestados. He aquí por qué en la capital la gente no está en condiciones de manifestarse de nuevo; están aterrorizados ante la idea de sufrir otra durísima represión. Por lo demás, sin Internet desde hace una semana es casi imposible organizarse. Así en Trípoli se limitan a una huelga pasiva. Se quedan en casa, no van a trabajar, la escuelas están cerradas y las tiendas también. Y después está la leyenda de los disparos que se escuharon en la capital, al alba, hace unos días. ¿Se trató de una revuelt interna? ¿De una ejecución de desertores? ¿De un golpe de Estado? Nadie lo sabe, pero la posibilidad de que las milicias de Gadafi puedan implosionar no se puede excluir.
Traducido para Rebelión por Alma Allende
Desde ese día, Aytam lleva pegado en el parabrisas del Mazda una foto del hermano. Y al lado ha puesto una estampa de Omar al-Mujtar, el famoso y amado líder de la resistencia líbia contra la colonización italiana en los años 20. Han pasado 80 años desde que en 1931 al-Mujtar fue capturado por los fascistas de Graziani, condenado precisamente aquí en Benghazi y enseguida ahorcado. Y sin embargo es todavía hoy uno de los símbolos más difundidos de la revolución de los jóvenes del 17 de febrero. Su imagen aparece estampada en las viejas banderas de tiempos del rey Idris. Tres bandas horizontales, negra, verde y roja, que han jubilado las banderas verdes monocolores de Gadafi, desaparecidas de la ciudad junto a todos los símbolos de la dictadura, incluidos los cartelones de Gadafi que antes se encontraban por todas partes. Ahora su rostro sólo aparece en las feroces caricaturas dibujadas por los chavales a lo largo de las paredes de las calles donde se suceden las manifestaciones.
Las mismas paredes testimonian la masacre ocurrida en Benghazi entre el 15 y el 20 de febrero. Sobre todo en las proximidades del campo de las milicias de Gadafi. Los muros externos de las casas están acribillados de balas. Son viviendas normales, no objetivos militares, pero han sido reducidas a queso gruyere por las ráfagas de las milicias. En los orificios socavados por los proyectiles cabe un dedo. En estas calles, en menos de una semana, murieron al menos trescientas o cuatrocientas personas. Todas serán recordadas como mártires de la liberación de su país. Uno de ellos es considerado ya un héroe. Se llama Mahdi Ziu. Un hombre de unos cuarenta años, casado y padre de dos niñas, que el 20 de febrero cargó su coche de explosivos y se hizo estallar delante de la puerta del campo militar de las milicias de Gadafi, alrededor del cual la masacre se prolongaba desde hacía tres días. Gracias a esta acción, al final de la jornada del 20, los jóvenes de la revolución lograron apoderarse del campo, la “katiba” en árabe, poner en fuga a los mercenarios, liberar a los militares arrestados por negarse a disparar sobre la multitud e incendiarlo todo.
Ese día en la calle estaba también Mohamed. Es un estudiante de ingeniería industrial, de 23 años, nacido en Vancouver y criado en Canadá hasta los cinco años. Era vecino de Mahdi Ziu. El día anterior habían ido juntos en coche a la manifestación. Y ese día nadie se esperaba que hiciera lo que hizo después. Junto a Mohamed, que hoy es voluntario en el centro de prensa de Benghazi, entramos en las ruinas del campo de los milicianos de Gadafi. Durante años aquí se ha practicado la represión y tortura de un pueblo. De todo eso hoy no queda la menor huella. El fuego lo ha quemado todo. Las paredes están ennegrecidas por las llamas. El suelo está cubierto por kilos de cenizas procedentes de miles de documentos quemados para siempre con sus secretos. Cuando salimos de la Katiba, encontramos fuera la carcasa del automóvil con el que el vecino de Mohamed, Mahdi Ziu saltó por los aires delante de la puerta. Sobre los muros del recinto de la antigua base están escritos los nombres de otros jóvenes asesinados en los enfrentamientos. A través de la entrada siguen llegando curiosos. Chavalines y familias de excursión. Vienen a ver los lugares profanados por el poder. Sin bajarse siquiera del coche. Con la ventanilla bajada y la música alta que reproduce las nuevas piezas de rap apenas grabadas con los textos de las nuevas canciones de la revolución de Benghazi.
La Cirenaica ya no tiene miedo. No se vuelve atrás. Visto desde aquí Gadafi es un hombre acabado. Si no fuese porque no dejan de llegar pésimas noticias del frente militar, con dos derrotas de los revolucionarios en dos días y la pérdida de los dos importantes pozos militares de Ras Lanuf y Brega. Una pérdida muy grave incluso según algunos de los 13 miembros del Consejo de transición de los insurgentes. El juez Hamal Hodheifa, por ejemplo, está preocupado, dice que sin esos dos pozos recién perdidos no hay reservas en Cirenaica para más de diez días. Sin embargo, sobre este punto Mustafa Ghariani no está de acuerdo. Para él es sencillo. Libia ha importado siempre el petróleo refinado de Italia y del exterior. Y puede seguir haciéndolo también ahora; sólo hay un problema de liquidez. En este sentido están trabajando con diligencia los delegados del Consejo transitorio. Ya han obtenido el reconocimiento de Francia y el respeto de la UE, los EE.UU. y la Liga Arabe. Y ahora tratan de acceder a los fondos secuestrados en el extranjero al régimen de Trípoli. Todo está destinado a cambiar muy deprisa, según Ghariani, el cual en el Consejo hace un poco de todo, como corresponde a su carrera de hombre de negocios. También porque -añade- la economía europea, ya en crisis, no podría soportar un bloqueo petrolífero en Libia, motivo por el cual -según él- muy pronto adoptarán más abiertamente la causa del pueblo libio.
Según él, Gadafi ha perdido para siempre el apoyo del pueblo y no puede gobernar un país con 15.000 milicianos. Es cierto, en Tripoli la represión ha sido demasiado violenta como para que la gente se atreva a salir de nuevo a la calle. Han perdido entre 200 y 300 personas en un solo día y muchos no han podido ni siquiera celebrar el funeral porque han hecho desaparecer los cadáveres. También se dice que se han llevado a los heridos de los hospitales y que no se sabe nada de los arrestados. He aquí por qué en la capital la gente no está en condiciones de manifestarse de nuevo; están aterrorizados ante la idea de sufrir otra durísima represión. Por lo demás, sin Internet desde hace una semana es casi imposible organizarse. Así en Trípoli se limitan a una huelga pasiva. Se quedan en casa, no van a trabajar, la escuelas están cerradas y las tiendas también. Y después está la leyenda de los disparos que se escuharon en la capital, al alba, hace unos días. ¿Se trató de una revuelt interna? ¿De una ejecución de desertores? ¿De un golpe de Estado? Nadie lo sabe, pero la posibilidad de que las milicias de Gadafi puedan implosionar no se puede excluir.
Traducido para Rebelión por Alma Allende