Mashreq tiene veinte años y nunca antes había cogido un fusil entre las manos. Pero no es un problema. Ha venido aquí precisamente para aprender, junto a los otros “voluntarios”, como los llaman. Llegan a Benghazi cada día, desde todas las ciudades de la Cirenaica, para enrolarse y defender la población de la violenta represión desencadenada por la familia Gadafi. Quien tiene un arma y sabe usarla va directamente al frente en coche; para los otros hay una especie de centro de adiestramiento en la ciudad, donde aprenden los rudimentos de las armas de fuego. Porque los militares en servicio son muy pocos. Los cursos se imparten al aire libre, en el patio del cuartel “7 de abril”, renombrado para la ocasión “Base de los Mártires”. Esta mañana había al menos 500 jóvenes. Está el grupo de los antiaéreos, el de los lanza-obuses, pero también el más elemental donde se enseña a disparar con viejos kalashnikov del maltrecho ejército libio de la Cirenaica. Pues se trata solo del ABC. Los jóvenes como Mashreq no tienen la más pálida idea, en efecto, de lo que les aguarda en el frente.
Hasta el mes pasado, Mashreq era un estudiante corriente de informática. Al principio ni siquiera muy comprometido con el movimiento 17 de febrero. Hasta que en los enfrentamientos de Ras Lanuf de la pasada semana perdió a uno de sus mejores amigos y decidió enrolarse. Tras él, en fila india delante del campo de entrenamiento, encontramos a otros compañeros suyos de la Universidad, Mahmud Adrira y Younes, de 20 y 21 años respectivamente, y a sus amigos Monsef y Jamal, que apenas si tienen 17. Están orgullosos y se sienten valientes, aunque los más sinceros no ocultan su miedo. Porque entre tanto del frente llegan pésimas noticias.
Hoy Zawara, en la frontera de Túnez, ha sido bombardeado. Se habla por el momento de al menos siete heridos y un muerto, Sama 'Azzabi, conocido activista de la ciudad. La noticia me la da por teléfono un militante de Trípoli que me ha llamado desde las montañas de Nalut, una región liberada al sur de Trípoli, donde se han refugiado muchos libios huidos de la capital.
Entre tanto sigue sin estar claro el destino de la pequeña ciudad de Brega y de su valiosa refinería. El domingo por la tarde incluso el general Abdelfattah Younis, ex ministro del interior que se pasó a los insurgentes, reconoció la derrota, pero hoy se repiten las voces que hablan de un contrataque que habría llevado a su reconquista por parte de los rebeldes. En todo caso el frente está destinado a desplazarse cada vez más cerca de Idjabiya, a solo 150 km. de Benghasi y que hoy ha recibido una primera advertencia, con un bombardeo a las puertas de la ciudad, felizmente sin víctimas. La importancia estratégica de Ijdabiya deriva del hecho de que de allí parten tres importantes carreteras que, si cayese la ciudad, permitirían a las fuerzas de Gadafi rodear Benghazi desde el Este hacia Tobruk y ceñirla en un asedio. Mientras Benghazi se prepara para la guerra, los que conocen bien a Gadafi invitan a mantener la calma. Kamal Musa es uno de ellos.
Está en Benghazi el responsable de la evacuación de los extranjeros. Antes de la revolución era comerciante, en Ginebra, en Suiza. Pero de política se ocupa desde los tiempos del movimiento estudiantil de 1977, que acabó con los estudiantes de Benghazi ahorcados en la calle. Su actividad política le llevó ya una vez a la cárcel, en 1996. Pero hoy no tiene miedo de hablar a cara descubierta y apuesta por el inminente fin del coronel. Según él, las milicias de Gadafi son sin duda superiores en terreno abierto, fundamentalmente porque disponen de artillería pesada y aviación. Pero esas fuerzas son insuficientes -sostiene- para afrontar una guerrilla urbana en una ciudad de 100.000 habitantes con Ijdabuya y aún menos en una de un millón de habitantes como Benghazi.
Más aún si se contempla la determinación y la pasión de los jóvenes insurgentes. Es una generación entera que por una vez tiene ganas de vencer. De doblegar la historia a la propia voluntad. Con la misma fuerza que ese tractor que hoy ha derribado el muro de la vieja base de las milicias de Gadafi, la Katiba, en el corazón de Benghazi. Al atardecer, del viejo muro no quedan sino las armellas de acero del cemento armado entre los escombros. Sobre los bloques que han quedado en pie en la entrada del cuartel, quedan solo los carteles con las fotos de los mártires y los eslóganes de la revolución escritos con spray. Es una verdadera profanación de los lugares de la dictadura, que el régimen trata de censurar de todas las formas posibles.
Mms y sms no funcionan, aparte del mensaje progubernamental mandado hoy por la compañía Libyana a todos sus clientes: “Viva Libia unida y segura”. Los móviles tienen mala conexión. Y sobre todo Internet no funciona desde hace semanas. Las únicas conexiones posibles son las satelitares de los hoteles de la prensa en Benghazi. Pero la gente no tiene acceso a la red. No puede cargar los vídeos en Facebook ni hacerlos circular de una ciudad a otra para darse ánimos y organizar en tiempo real las manifestaciones. El único medio de comunicación es el bluetooth de los teléfonos móviles, pero es demasiado lento para una difusión masiva. Así en Trípoli son muy pocos los que saben lo que verdaderamente está sucediendo en Benghazi y el miedo sigue manteniendo encerrada y aislada a la población de la capital.
Los amigos de Trípoli me confiman esta impresión. Han vuelto hoy a la ciudad desde las montañas de Nalut. Dicen que en la ciudad se ha desplegado un dispositivo de seguridad impresionante. Hay agentes de las fuerzas del orden por todas partes. Y tras la matanza de hace dos semanas, la gente está sencillamente aterrorizada. También porque los arrestos de activistas no cesan. Aunque en el barrio popular de Abu Selim muchos habitantes se han alineado a favor de Gadafi. Según mis amigos activistas de Trípoli, se trataría de jóvenes pobres, a los que se habría pagado bien para repetir los eslóganes preferidos del coronel. Pero tampoco habría por qué asombrarse de lo contrario. Todo régimen tiene sus partidarios, y también el de Gadafi los tiene sinceros. Son pocos pero están por todas partes, incluso donde menos te los esperas. Por ejemplo, en medio de los jóvenes revolucionarios de Benghazi.
Desde que llegué siempre he imaginado que en la plaza del tribunal de Benghazi había algún que otro espía. Pero nunca hubiese pensado que hablase italiano. Mohamed, sin embargo, lo habla muy bien. Y eso que sólo ha vivido en Italia dos años, en Avezzano (Abruzzo), donde trabajó como camarero en el Gran Café. Además de italiano, habla también inglés y húngaro. Repite de memoria las ocurrencias del discurso de Gadafi: “Los manifestantes son drogadictos, carne de prisión y putas. No hay seguridad en el país, han matado a demasiada gente. Incluso al periodista de Al-Jazeera lo han matado ellos para crear el caos y llamar la atención del mundo. Pero Gadafi volverá y reconquistará la ciudad. Porque es un hombre bendito. Y la revolución es un auténtico complot de las potencias extranjeras que quieren apoderarse de nuestro petróleo. Es todo un problema de colionialismo”.
Menos mal que no todos los libios tornados de Italia piensan de la misma manera. Gioacchino es uno de ellos. Cómo se llama realmente no lo sé, pero se hace llamar así por los amigos italianos con los que habla con un marcado acento romanesco. En Benghazi vive con su mujer italiana y tres niños, Marco, Sara y Ahmed. De clase media, da vueltas con su Chevrolet y tiene una tienda de muebles, cerrada desde hace un mes, como la mayor parte de los comercios de la ciudad. Los motivos son dos. El primero es que los negocios en estos momentos van mal puesto que hay poco dinero líquido en circulación, los cajeros están fuera de uso y la gente gasta con miedo e incertidumbre. El segundo es que ya no hay trabajadores. En Benghazi, como en toda Libia, un habitante de cada cuatro era inmigrante. Aquí la comunidad más grande es la de los egipcios. Además hay tunecinos, sudaneses, chadianos, indios y chinos. O los había, porque se han ido miles de ellos. Cien mil han llegado hasta el paso fronterizo de Sallum, en Egipto. Diez mil chinos han sido evacuados desde el puerto en barcos griegos en dirección a Creta; otros se han marchado en barcos rumbo a Alejandría, Egipto. El resultado es que ya no hay albañiles, ni empleados, ni camareros, ni artesanos. Sin ellos la actividad económica se detiene y la situación está condenada a empeorar, pues todos los días se producen nuevas salidas. También hoy se han ido a Egipto un centenar de chadianos a bordo de dos autobuses que han salido desde el campo de la Media Luna Roja libia, instalado en los dormitorios de una zona residencial en construcción delante del estadio de Benghazi. Aquí viven desde hace más de un mes algunos centenares de africanos. Son los negros que huyeron de los barrios de Benghazi por miedo a que los tomaran por milicianos de la legión africana de Ghadafi y los asesinaran los jóvenes de la revolución para vengarse. Durante unos días, en efecto, circularon rumores de africanos linchados por la multitud durante la caza a los milicianos extranjeros.
También Mareh ha oído estos rumores, pero no sabe si son ciertos o no porque no ha visto nada ni conoce a nadie que haya vivido nada parecido. Es eritreo y vive en Benghazi desde hace cuatro años. Pero a diferencia de los otros, ha preferido quedarse en casa y no trasladarse al campo de la Media Luna Roja. Vive con su mujer y su hijo pequeño y no tiene muchos problemas para desplazarse por la ciudad. Habla bien el árabe y sabe moverse por Benghazi. La travesía hacia Italia le ha intentado tres veces, en 2007, 2008 y 2009, pero los libios lo hicieron volver todas las veces. Aquí, al campo, viene una vez al día a vender bebidas para ganarse algún dinero. Espera ser evacuado a Egipto en los próximos días.
Quizás pueda aprovechar el paso de los camiones que siguen llegando con cargamentos solidarios. El último ha llegado esta tarde a las diez. Un remolque entero cargado de arroz, pasta, leche, aceite y mantas. Un valor de 26.000 dólares, ofrecidos por siete anónimos benefactores de El Cairo, que han financiado toda la operación. La comida será distribuida entre las familias de Benghazi, Baida, Derna y Tobruk. Para que se sientan menos sola en su lucha por la libertad. Después de todo éste es el ingrediente fundamental de toda lucha por la libertad. No las armas afiladas, sino la solidaridad entre pueblos y gentes. En esta dirección, ¿qué hacen los italianos aparte de expulsar, patrullar, identificar y repatriar?
Traducción para Rebelion de Alma Allende
Hasta el mes pasado, Mashreq era un estudiante corriente de informática. Al principio ni siquiera muy comprometido con el movimiento 17 de febrero. Hasta que en los enfrentamientos de Ras Lanuf de la pasada semana perdió a uno de sus mejores amigos y decidió enrolarse. Tras él, en fila india delante del campo de entrenamiento, encontramos a otros compañeros suyos de la Universidad, Mahmud Adrira y Younes, de 20 y 21 años respectivamente, y a sus amigos Monsef y Jamal, que apenas si tienen 17. Están orgullosos y se sienten valientes, aunque los más sinceros no ocultan su miedo. Porque entre tanto del frente llegan pésimas noticias.
Hoy Zawara, en la frontera de Túnez, ha sido bombardeado. Se habla por el momento de al menos siete heridos y un muerto, Sama 'Azzabi, conocido activista de la ciudad. La noticia me la da por teléfono un militante de Trípoli que me ha llamado desde las montañas de Nalut, una región liberada al sur de Trípoli, donde se han refugiado muchos libios huidos de la capital.
Entre tanto sigue sin estar claro el destino de la pequeña ciudad de Brega y de su valiosa refinería. El domingo por la tarde incluso el general Abdelfattah Younis, ex ministro del interior que se pasó a los insurgentes, reconoció la derrota, pero hoy se repiten las voces que hablan de un contrataque que habría llevado a su reconquista por parte de los rebeldes. En todo caso el frente está destinado a desplazarse cada vez más cerca de Idjabiya, a solo 150 km. de Benghasi y que hoy ha recibido una primera advertencia, con un bombardeo a las puertas de la ciudad, felizmente sin víctimas. La importancia estratégica de Ijdabiya deriva del hecho de que de allí parten tres importantes carreteras que, si cayese la ciudad, permitirían a las fuerzas de Gadafi rodear Benghazi desde el Este hacia Tobruk y ceñirla en un asedio. Mientras Benghazi se prepara para la guerra, los que conocen bien a Gadafi invitan a mantener la calma. Kamal Musa es uno de ellos.
Está en Benghazi el responsable de la evacuación de los extranjeros. Antes de la revolución era comerciante, en Ginebra, en Suiza. Pero de política se ocupa desde los tiempos del movimiento estudiantil de 1977, que acabó con los estudiantes de Benghazi ahorcados en la calle. Su actividad política le llevó ya una vez a la cárcel, en 1996. Pero hoy no tiene miedo de hablar a cara descubierta y apuesta por el inminente fin del coronel. Según él, las milicias de Gadafi son sin duda superiores en terreno abierto, fundamentalmente porque disponen de artillería pesada y aviación. Pero esas fuerzas son insuficientes -sostiene- para afrontar una guerrilla urbana en una ciudad de 100.000 habitantes con Ijdabuya y aún menos en una de un millón de habitantes como Benghazi.
Más aún si se contempla la determinación y la pasión de los jóvenes insurgentes. Es una generación entera que por una vez tiene ganas de vencer. De doblegar la historia a la propia voluntad. Con la misma fuerza que ese tractor que hoy ha derribado el muro de la vieja base de las milicias de Gadafi, la Katiba, en el corazón de Benghazi. Al atardecer, del viejo muro no quedan sino las armellas de acero del cemento armado entre los escombros. Sobre los bloques que han quedado en pie en la entrada del cuartel, quedan solo los carteles con las fotos de los mártires y los eslóganes de la revolución escritos con spray. Es una verdadera profanación de los lugares de la dictadura, que el régimen trata de censurar de todas las formas posibles.
Mms y sms no funcionan, aparte del mensaje progubernamental mandado hoy por la compañía Libyana a todos sus clientes: “Viva Libia unida y segura”. Los móviles tienen mala conexión. Y sobre todo Internet no funciona desde hace semanas. Las únicas conexiones posibles son las satelitares de los hoteles de la prensa en Benghazi. Pero la gente no tiene acceso a la red. No puede cargar los vídeos en Facebook ni hacerlos circular de una ciudad a otra para darse ánimos y organizar en tiempo real las manifestaciones. El único medio de comunicación es el bluetooth de los teléfonos móviles, pero es demasiado lento para una difusión masiva. Así en Trípoli son muy pocos los que saben lo que verdaderamente está sucediendo en Benghazi y el miedo sigue manteniendo encerrada y aislada a la población de la capital.
Los amigos de Trípoli me confiman esta impresión. Han vuelto hoy a la ciudad desde las montañas de Nalut. Dicen que en la ciudad se ha desplegado un dispositivo de seguridad impresionante. Hay agentes de las fuerzas del orden por todas partes. Y tras la matanza de hace dos semanas, la gente está sencillamente aterrorizada. También porque los arrestos de activistas no cesan. Aunque en el barrio popular de Abu Selim muchos habitantes se han alineado a favor de Gadafi. Según mis amigos activistas de Trípoli, se trataría de jóvenes pobres, a los que se habría pagado bien para repetir los eslóganes preferidos del coronel. Pero tampoco habría por qué asombrarse de lo contrario. Todo régimen tiene sus partidarios, y también el de Gadafi los tiene sinceros. Son pocos pero están por todas partes, incluso donde menos te los esperas. Por ejemplo, en medio de los jóvenes revolucionarios de Benghazi.
Desde que llegué siempre he imaginado que en la plaza del tribunal de Benghazi había algún que otro espía. Pero nunca hubiese pensado que hablase italiano. Mohamed, sin embargo, lo habla muy bien. Y eso que sólo ha vivido en Italia dos años, en Avezzano (Abruzzo), donde trabajó como camarero en el Gran Café. Además de italiano, habla también inglés y húngaro. Repite de memoria las ocurrencias del discurso de Gadafi: “Los manifestantes son drogadictos, carne de prisión y putas. No hay seguridad en el país, han matado a demasiada gente. Incluso al periodista de Al-Jazeera lo han matado ellos para crear el caos y llamar la atención del mundo. Pero Gadafi volverá y reconquistará la ciudad. Porque es un hombre bendito. Y la revolución es un auténtico complot de las potencias extranjeras que quieren apoderarse de nuestro petróleo. Es todo un problema de colionialismo”.
Menos mal que no todos los libios tornados de Italia piensan de la misma manera. Gioacchino es uno de ellos. Cómo se llama realmente no lo sé, pero se hace llamar así por los amigos italianos con los que habla con un marcado acento romanesco. En Benghazi vive con su mujer italiana y tres niños, Marco, Sara y Ahmed. De clase media, da vueltas con su Chevrolet y tiene una tienda de muebles, cerrada desde hace un mes, como la mayor parte de los comercios de la ciudad. Los motivos son dos. El primero es que los negocios en estos momentos van mal puesto que hay poco dinero líquido en circulación, los cajeros están fuera de uso y la gente gasta con miedo e incertidumbre. El segundo es que ya no hay trabajadores. En Benghazi, como en toda Libia, un habitante de cada cuatro era inmigrante. Aquí la comunidad más grande es la de los egipcios. Además hay tunecinos, sudaneses, chadianos, indios y chinos. O los había, porque se han ido miles de ellos. Cien mil han llegado hasta el paso fronterizo de Sallum, en Egipto. Diez mil chinos han sido evacuados desde el puerto en barcos griegos en dirección a Creta; otros se han marchado en barcos rumbo a Alejandría, Egipto. El resultado es que ya no hay albañiles, ni empleados, ni camareros, ni artesanos. Sin ellos la actividad económica se detiene y la situación está condenada a empeorar, pues todos los días se producen nuevas salidas. También hoy se han ido a Egipto un centenar de chadianos a bordo de dos autobuses que han salido desde el campo de la Media Luna Roja libia, instalado en los dormitorios de una zona residencial en construcción delante del estadio de Benghazi. Aquí viven desde hace más de un mes algunos centenares de africanos. Son los negros que huyeron de los barrios de Benghazi por miedo a que los tomaran por milicianos de la legión africana de Ghadafi y los asesinaran los jóvenes de la revolución para vengarse. Durante unos días, en efecto, circularon rumores de africanos linchados por la multitud durante la caza a los milicianos extranjeros.
También Mareh ha oído estos rumores, pero no sabe si son ciertos o no porque no ha visto nada ni conoce a nadie que haya vivido nada parecido. Es eritreo y vive en Benghazi desde hace cuatro años. Pero a diferencia de los otros, ha preferido quedarse en casa y no trasladarse al campo de la Media Luna Roja. Vive con su mujer y su hijo pequeño y no tiene muchos problemas para desplazarse por la ciudad. Habla bien el árabe y sabe moverse por Benghazi. La travesía hacia Italia le ha intentado tres veces, en 2007, 2008 y 2009, pero los libios lo hicieron volver todas las veces. Aquí, al campo, viene una vez al día a vender bebidas para ganarse algún dinero. Espera ser evacuado a Egipto en los próximos días.
Quizás pueda aprovechar el paso de los camiones que siguen llegando con cargamentos solidarios. El último ha llegado esta tarde a las diez. Un remolque entero cargado de arroz, pasta, leche, aceite y mantas. Un valor de 26.000 dólares, ofrecidos por siete anónimos benefactores de El Cairo, que han financiado toda la operación. La comida será distribuida entre las familias de Benghazi, Baida, Derna y Tobruk. Para que se sientan menos sola en su lucha por la libertad. Después de todo éste es el ingrediente fundamental de toda lucha por la libertad. No las armas afiladas, sino la solidaridad entre pueblos y gentes. En esta dirección, ¿qué hacen los italianos aparte de expulsar, patrullar, identificar y repatriar?
Traducción para Rebelion de Alma Allende