Las atrocidades de las milicias de Gadafi las conocemos ya. Pero de las matanzas de los rebeldes no quiere hablar nadie. Quizás porque el racismo de los revolucionarios es un tabú demasiado grande para afrontarlo. O quizás porque los corresponsales en Bengazi no han podido verificar nada personalmente, pues se encuentran en la parte equivocada para hacerlo. En la parte donde los malvados estaban todo ellos entre las filas de las milicias de Gadafi.
Yo estaba allí y todos los días nos llegaban noticias de las matanzas de civiles cometidas por las tropas del ejército regular. Todavía hoy no logro arrrancarme de los ojos lo que vi en esas tres semanas: los bombardeos aéreos sobre los barrios de Ijdabiya, los tanques a las puertas de Bengazi, los misiles sobre las casas de Misrata y los francotiradores apostados sobre los tejados abatiendo uno por uno a los jóvenes en las calles, sembrando el terror. Pero nos perdimos algo. Porque la guerra es la guerra. Y los malvados no están sólo en uno de los bandos. Como sucede siempre, la violencia acaba por generar más violencia. Y Libia no es una excepción. Todo lo contrario. De Bengazi a Tripoli, la guerra ha despertado un odio ancestral nunca totalmente reprimido. El odio racial. De los blancos contra los negros. Y así la vulgata populare ha acusado a los mercenarios africanos de todos los horrendos crímenes cometidos por las tropas de Gadafi. El resto lo ha hecho el delirio de las masas sedientas de venganza. Gente armada hasta los dientes que en más de una ocasión ha ajusticiado a sangre fría a militares prisioneros, con un particular ensañamiento contra los negros, tanto vivos como muertos. Por no hablar de los civiles inocentes que han sido literalmente linchados por la multitud, sospechosos de ser mercenarios únicamente por ser negros. La semana pasada entrevistamos a un libio negro en Lampedusa que nos hizo la misma denuncia. Pero ahora tenemos las pruebas. Se encuentran en youtube. Y son 18 vídeos que documentan las atrocidades cometidas por una parte de esos mismos jóvenes movidos por grandes ideales para liberar el país de las mandíbulas de la dictadura.
Se trata de vídeos caseros, grabados con teléfonos móviles y descargados en la red. Muestran a los soldados de Gadafi despedazados y quemados. Cuerpos atados por las piernas, colgados como si fuesen animales y mutilados después de muertos. O bien amontonados en la parte de atrás de un pick-up y exhibidos en una especie de desfile militar como trofeos de guerra. A veces después de haber sido ejecutados fríamente mediante un disparo en la nuca. O bien lichados por la multitud mientras alguno permanece sereno grabando con el móvil o salmodiando “Dios es grande”.
¿Cuántos de ellos eran realmente soldados? ¿Cuántos, al contrario, eran solamente negros que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado? Como los 12 malianos arrestados en Zintan en pantalones vaqueros y chandal con capucha, sin el menor rastro de armas. Pero incluso los milicianos del régimen, ¿realmente había que ejecutarlos? ¿Cuántos de ellos eran fervientes paertidarios de Gadafi y cuántos, en cambio, pobres obligados a disparar para salvar su vida antes de que sus propios superiores acabaran con ellos por negarse a cumplir órdenes? Recientemente el Consejo de Transición de Bengazi ha tomado una importante decisión devolviendo a Trípoli, en un vuelo de la Cruz Roja, a cinco soldados del régimen que habían sido cogidos como prisioneros en el campo de batalla. Pero por cada cinco liberados desde el comienzo de la guerra, ¿cuántos han sido ejecutados? ¿Y cuántos eran civiles inocentes?
Son preguntas que el movimiento del 17 de Febrero debe hacerse cuanto antes. Preferiblemente antes de la batalla final para la liberación de Trípoli, comenzada en estos días. Porque si las cosas continuan así, la capital libia corre el peligro de convertirse en teatro del enésimo baño de sangre inocente.
Ahora todos podemos comprender perfectamente por qué los negros están abandonando Libia tan deprisa. No se trata sólo de una extorsión de Gadafi contra la Italia que bombardea Trípoli. Es también y sobre todo miedo ante la llegada de los rebeldes. Que si no reflexionan sobre el tabú del racismo, corren el riesgo de dejarse en el camino todos los bellos ideales antes de liberar el país.
MIRA LOS VIDEOS QUI PRUEBAN LAS MATANZAS RACISTAS DE LOS REBELDES LIBIOS
Yo estaba allí y todos los días nos llegaban noticias de las matanzas de civiles cometidas por las tropas del ejército regular. Todavía hoy no logro arrrancarme de los ojos lo que vi en esas tres semanas: los bombardeos aéreos sobre los barrios de Ijdabiya, los tanques a las puertas de Bengazi, los misiles sobre las casas de Misrata y los francotiradores apostados sobre los tejados abatiendo uno por uno a los jóvenes en las calles, sembrando el terror. Pero nos perdimos algo. Porque la guerra es la guerra. Y los malvados no están sólo en uno de los bandos. Como sucede siempre, la violencia acaba por generar más violencia. Y Libia no es una excepción. Todo lo contrario. De Bengazi a Tripoli, la guerra ha despertado un odio ancestral nunca totalmente reprimido. El odio racial. De los blancos contra los negros. Y así la vulgata populare ha acusado a los mercenarios africanos de todos los horrendos crímenes cometidos por las tropas de Gadafi. El resto lo ha hecho el delirio de las masas sedientas de venganza. Gente armada hasta los dientes que en más de una ocasión ha ajusticiado a sangre fría a militares prisioneros, con un particular ensañamiento contra los negros, tanto vivos como muertos. Por no hablar de los civiles inocentes que han sido literalmente linchados por la multitud, sospechosos de ser mercenarios únicamente por ser negros. La semana pasada entrevistamos a un libio negro en Lampedusa que nos hizo la misma denuncia. Pero ahora tenemos las pruebas. Se encuentran en youtube. Y son 18 vídeos que documentan las atrocidades cometidas por una parte de esos mismos jóvenes movidos por grandes ideales para liberar el país de las mandíbulas de la dictadura.
Se trata de vídeos caseros, grabados con teléfonos móviles y descargados en la red. Muestran a los soldados de Gadafi despedazados y quemados. Cuerpos atados por las piernas, colgados como si fuesen animales y mutilados después de muertos. O bien amontonados en la parte de atrás de un pick-up y exhibidos en una especie de desfile militar como trofeos de guerra. A veces después de haber sido ejecutados fríamente mediante un disparo en la nuca. O bien lichados por la multitud mientras alguno permanece sereno grabando con el móvil o salmodiando “Dios es grande”.
¿Cuántos de ellos eran realmente soldados? ¿Cuántos, al contrario, eran solamente negros que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado? Como los 12 malianos arrestados en Zintan en pantalones vaqueros y chandal con capucha, sin el menor rastro de armas. Pero incluso los milicianos del régimen, ¿realmente había que ejecutarlos? ¿Cuántos de ellos eran fervientes paertidarios de Gadafi y cuántos, en cambio, pobres obligados a disparar para salvar su vida antes de que sus propios superiores acabaran con ellos por negarse a cumplir órdenes? Recientemente el Consejo de Transición de Bengazi ha tomado una importante decisión devolviendo a Trípoli, en un vuelo de la Cruz Roja, a cinco soldados del régimen que habían sido cogidos como prisioneros en el campo de batalla. Pero por cada cinco liberados desde el comienzo de la guerra, ¿cuántos han sido ejecutados? ¿Y cuántos eran civiles inocentes?
Son preguntas que el movimiento del 17 de Febrero debe hacerse cuanto antes. Preferiblemente antes de la batalla final para la liberación de Trípoli, comenzada en estos días. Porque si las cosas continuan así, la capital libia corre el peligro de convertirse en teatro del enésimo baño de sangre inocente.
Ahora todos podemos comprender perfectamente por qué los negros están abandonando Libia tan deprisa. No se trata sólo de una extorsión de Gadafi contra la Italia que bombardea Trípoli. Es también y sobre todo miedo ante la llegada de los rebeldes. Que si no reflexionan sobre el tabú del racismo, corren el riesgo de dejarse en el camino todos los bellos ideales antes de liberar el país.
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traducido por Alma Allende para Rebellion