La noticia llega de un bastión de los rebeldes. Y la confirmación se encuentra en las historias de quienes están llegando a Lampedusa estos días. Los desembarcos están organizados por una persona. Su nombre es Zuhair Adam, un alto funcionario de la Marina de Libia. En el Ministerio del Interior italiano deben de conocerlo bien, pues formó parte de un grupo de funcionarios libios que viajó a Italia en la época de las devoluciones[respingimenti] para participar en los cursos de formación sobre técnicas de patrulla. Sin embargo, poca gente sabe que ahora ha cambiado de oficio obviamente. De hecho, no costaba mucho entender que en un país en guerra la logística para el embarque de miles de personas al día no podía dejarse al azar. Menos si cabe en una ciudad militarizada como es ahora Trípoli. Pero nadie hubiera imaginado que el régimen libio pudiera utilizar a sus hombres para gestionar los viajes, y sus puertos para favorecer las operaciones.
Tal cual. Los viejos pesqueros que se utilizaban para abandonar Libia ya no zarpan a escondidas desde las playas de Zuwarah, sino desde un puerto de las afueras de Trípoli, en el camino a Zawiyah, a 15 km del casco antiguo de la capital. Se trata de la base militar de Sidi Bilal, en Janzour. Los militares se ocupan del embarque, mientras la contratación la siguen haciendo los mismos intermediarios que había metido entre rejas Gadafi tras la firma del acuerdo cn Italia, y que ahora han sido puestos en libertad para colaborar con el régimen en la gestión de los viajes hacia Lampedusa.
La primera vez que oí hablar de Zuhair fue en una llamada telefónica que recibí de un grupo de rebeldes refugiado en Nalut, la ciudad bereber en las laderas de las montañas de Jebal Nafusa, donde se refugiaron hace dos meses los libios se pasaron con la oposición y escaparon de la masacre de Zawiyah y de la represión de las milicias en Trípoli. Fue uno de ellos quien me llamó. Un contacto fiable, una persona que ya en 2008, periodo sobre el que no caben sospechas, militaba en la oposición clandestina de Trípoli jugándose el tipo todos los días. Actualmente se encuentra en contacto con elementos de la Armada cercanos a los insurgentes. Pero para comprobarlo, he venido a los centros de acogida de Sicilia. Nada más llegar, he conocido 187 que embarcaron en el puerto de Janzour.
Mohamed, Onyinye y Timoteo son tres de ellos. Un marfileño y dos nigerianos. Los tres partieron de la base de Sidi Bilal. "El intermediario era un congoleño - cuenta Mohamed, que zarpó de Janzour con su mujer- quien a su vez estaba en contacto con un militar llamado Ismail Jabri. Después de una larga negociación pagamos 2.500 dinares por los dos (unos 1.200 €, N.d.R.). Cuatro días después, recibí una llamada a media tarde. Era el taxista: el intermediario le había dado mi número y nos esperaba abajo. Montamos en el coche mi mujer y yo y nos llevó directamente hasta el puerto de Janzour. En la entrada había un barra y un centinela. Se levantó la barra y nos dejaron entrar. En el muelle habría 400 personas rodeadas de militares. No puedo decir si eran del ejército, de la Armada, o las milicias, pero seguro que eran de las fuerzas armadas. Al principio íbamos a salir a medianoche, pero luego vino un soldado y nos dijo que hacía malo y no podíamos salir esa noche. Esperamos hasta el día siguiente y a las 18:00 los militares nos llamaron para embarcar. A los que tenían maletas, se las quitaron. Por ejemplo, a mí me quitaron la bolsa con todos los documentos dentros. Podríamos llevar sólo agua y galletas. El chaleco salvavidas había que pagarlo. Treinta dinares (15 euros, N.d.R.). Pero mi esposa y yo ya no teníamos dinero y partimos sin chaleco. "
Timothy y Onyinye confirman la historia. Ese día era 10 de abril. Después de 72 horas de viaje, su barco se hundió en Pantelleria, en parte por culpa de la marejada, en parte por la obstinación del comandante que, en lugar de seguir a la guardia costera italiana a puerto, decidió desembarcar a lo loco en las rocas. Chinye, la mujer de Onyinye, fue una de las tres personas se ahogaron en ese accidente. Se habían marchado juntos de Trípoli, donde vivieron durante varios años, sin haber pensado antes en venir a Italia. Después de todo en Libia Onyinye tenía un trabajo bien pagado. Era pintor de brocha gorda, a 500 dinares al mes, unos 250 €. Timothy ganaba parecido trabajando de carpintero en las obras de la burbuja inmobiliaria en Trípoli, y todos los meses lograba enviar dinero a casa, lo mismo que Mohamed, que instalaba en Sebha aparatos de aire acondicionado.
Estas son las historias de los que llegan a Lampedusa huyendo de la guerra de Libia. Trabajadores profesionales, que habían escapado antes de encontrarse entre dos fuegos. Acusados por los fieles a Gadafi de apoyar la revolución, y por los insurgentes de ser mercenarios de Gadafi. Primero decenas de miles de ellos se marcharon a Túnez. Luego, el régimen se dio cuenta de que podían ser un recurso y aprovechó la ocasión al vuelo. Se cerró la frontera y comenzaron a organizar las travesías. Por un lado es la única represalia que le queda a Gadafi para asustar a Italia, desde cuyas bases aéreas despegan aviones de la OTAN. Por otro no deja de ser un buen negocio. A 750€ por pasajero, salen 450.000€ por cada barco de 600 pasajeros. Un millón al día. Se paga por adelantado y para los muertos no hay reembolsos: da lo mismo que se trate de los 48 somalíes que se ahogaron hace tres días frente a Janzour o de los 300 que desaparecieron en el mar el 22 de marzo. Masacres tras las que no se esconden contrabandistas sin escrúpulos sino altos funcionarios del régimen libio, que juega sus bazas arriesgando el pellejo de quienes tratan de salir del país para ponerse a salvo.
El engranaje está bien engrasado y ahora el circuito funciona tan bien que el rumor ha cruzado la frontera y llegado hasta los campos de refugiados en Ras Jdayr, en Túnez, donde todavía hay miles de africanos. Bloqueados y sin perspectivas. Europa, que sigue bombardeando Libia, no tiene ninguna intención de abrir un corredor humanitario para sacarlos de los campamentos, así que muchos -especialmente eritreos y somalíes- han comenzado a regresar a Libia y desafiar la guerra con tal de llegar a Italia por mar para, finalmente, pedir asilo político. Los 48 somalíes que se ahogaron hace tres días en Trípoli provenían de los campos de refugiados en Túnez. Lo que dice mucho sobre la posibilidad de que la noticia se haya extendido rápido hacia el sur del Sahara. Tanto es así que en Roma, en los cafés de la diáspora somalí ya se rumorea sobre los primeros grupos de somalíes que se están organizando en el Sudán para cruzar la guerra de Libia y buscar fortuna.
Traducido por Gorka Larrabeiti, Rebelion
Tal cual. Los viejos pesqueros que se utilizaban para abandonar Libia ya no zarpan a escondidas desde las playas de Zuwarah, sino desde un puerto de las afueras de Trípoli, en el camino a Zawiyah, a 15 km del casco antiguo de la capital. Se trata de la base militar de Sidi Bilal, en Janzour. Los militares se ocupan del embarque, mientras la contratación la siguen haciendo los mismos intermediarios que había metido entre rejas Gadafi tras la firma del acuerdo cn Italia, y que ahora han sido puestos en libertad para colaborar con el régimen en la gestión de los viajes hacia Lampedusa.
La primera vez que oí hablar de Zuhair fue en una llamada telefónica que recibí de un grupo de rebeldes refugiado en Nalut, la ciudad bereber en las laderas de las montañas de Jebal Nafusa, donde se refugiaron hace dos meses los libios se pasaron con la oposición y escaparon de la masacre de Zawiyah y de la represión de las milicias en Trípoli. Fue uno de ellos quien me llamó. Un contacto fiable, una persona que ya en 2008, periodo sobre el que no caben sospechas, militaba en la oposición clandestina de Trípoli jugándose el tipo todos los días. Actualmente se encuentra en contacto con elementos de la Armada cercanos a los insurgentes. Pero para comprobarlo, he venido a los centros de acogida de Sicilia. Nada más llegar, he conocido 187 que embarcaron en el puerto de Janzour.
Mohamed, Onyinye y Timoteo son tres de ellos. Un marfileño y dos nigerianos. Los tres partieron de la base de Sidi Bilal. "El intermediario era un congoleño - cuenta Mohamed, que zarpó de Janzour con su mujer- quien a su vez estaba en contacto con un militar llamado Ismail Jabri. Después de una larga negociación pagamos 2.500 dinares por los dos (unos 1.200 €, N.d.R.). Cuatro días después, recibí una llamada a media tarde. Era el taxista: el intermediario le había dado mi número y nos esperaba abajo. Montamos en el coche mi mujer y yo y nos llevó directamente hasta el puerto de Janzour. En la entrada había un barra y un centinela. Se levantó la barra y nos dejaron entrar. En el muelle habría 400 personas rodeadas de militares. No puedo decir si eran del ejército, de la Armada, o las milicias, pero seguro que eran de las fuerzas armadas. Al principio íbamos a salir a medianoche, pero luego vino un soldado y nos dijo que hacía malo y no podíamos salir esa noche. Esperamos hasta el día siguiente y a las 18:00 los militares nos llamaron para embarcar. A los que tenían maletas, se las quitaron. Por ejemplo, a mí me quitaron la bolsa con todos los documentos dentros. Podríamos llevar sólo agua y galletas. El chaleco salvavidas había que pagarlo. Treinta dinares (15 euros, N.d.R.). Pero mi esposa y yo ya no teníamos dinero y partimos sin chaleco. "
Timothy y Onyinye confirman la historia. Ese día era 10 de abril. Después de 72 horas de viaje, su barco se hundió en Pantelleria, en parte por culpa de la marejada, en parte por la obstinación del comandante que, en lugar de seguir a la guardia costera italiana a puerto, decidió desembarcar a lo loco en las rocas. Chinye, la mujer de Onyinye, fue una de las tres personas se ahogaron en ese accidente. Se habían marchado juntos de Trípoli, donde vivieron durante varios años, sin haber pensado antes en venir a Italia. Después de todo en Libia Onyinye tenía un trabajo bien pagado. Era pintor de brocha gorda, a 500 dinares al mes, unos 250 €. Timothy ganaba parecido trabajando de carpintero en las obras de la burbuja inmobiliaria en Trípoli, y todos los meses lograba enviar dinero a casa, lo mismo que Mohamed, que instalaba en Sebha aparatos de aire acondicionado.
Estas son las historias de los que llegan a Lampedusa huyendo de la guerra de Libia. Trabajadores profesionales, que habían escapado antes de encontrarse entre dos fuegos. Acusados por los fieles a Gadafi de apoyar la revolución, y por los insurgentes de ser mercenarios de Gadafi. Primero decenas de miles de ellos se marcharon a Túnez. Luego, el régimen se dio cuenta de que podían ser un recurso y aprovechó la ocasión al vuelo. Se cerró la frontera y comenzaron a organizar las travesías. Por un lado es la única represalia que le queda a Gadafi para asustar a Italia, desde cuyas bases aéreas despegan aviones de la OTAN. Por otro no deja de ser un buen negocio. A 750€ por pasajero, salen 450.000€ por cada barco de 600 pasajeros. Un millón al día. Se paga por adelantado y para los muertos no hay reembolsos: da lo mismo que se trate de los 48 somalíes que se ahogaron hace tres días frente a Janzour o de los 300 que desaparecieron en el mar el 22 de marzo. Masacres tras las que no se esconden contrabandistas sin escrúpulos sino altos funcionarios del régimen libio, que juega sus bazas arriesgando el pellejo de quienes tratan de salir del país para ponerse a salvo.
El engranaje está bien engrasado y ahora el circuito funciona tan bien que el rumor ha cruzado la frontera y llegado hasta los campos de refugiados en Ras Jdayr, en Túnez, donde todavía hay miles de africanos. Bloqueados y sin perspectivas. Europa, que sigue bombardeando Libia, no tiene ninguna intención de abrir un corredor humanitario para sacarlos de los campamentos, así que muchos -especialmente eritreos y somalíes- han comenzado a regresar a Libia y desafiar la guerra con tal de llegar a Italia por mar para, finalmente, pedir asilo político. Los 48 somalíes que se ahogaron hace tres días en Trípoli provenían de los campos de refugiados en Túnez. Lo que dice mucho sobre la posibilidad de que la noticia se haya extendido rápido hacia el sur del Sahara. Tanto es así que en Roma, en los cafés de la diáspora somalí ya se rumorea sobre los primeros grupos de somalíes que se están organizando en el Sudán para cruzar la guerra de Libia y buscar fortuna.
Traducido por Gorka Larrabeiti, Rebelion