Vi esos contenedores en 2008 en Sebha. Los fotografié a escondidas. Los vio igual que yo el gobernador Mario Morcone, del Ministerio italiano del Interior en sus misiones en Libia. Los vieron también Marcella Lucidi y Giuliano Amato cuando en 2007 volaron a Trípoli para firmar el acuerdo sobre devoluciones impulsado por el gobierno Prodi -cosa que se olvida a menudo-, antes que llegaran Maroni y Berlusconi.
En esos contenedores les metería a todos estos señores. Es más: metería a sus hijos. Luego les sentaría a la vera de los padres y madres que en estos momentos están llorando por el destino de sus seres queridos en Libia. Porque -este es un aspecto que suele olvidarse- todos los eritreos que atraviesan el mar tienen en Italia un familiar que los espera, un familiar que les mandó con Western Union dinero para dejar atrás la dictadura. Y frentea esos nombres, la razón política vacila. ¿Conforme a qué interés de Estado consolará el ministro Maroni a una madre que tiene a su hijo dentro de ese contenedor con destino a una de las prisiones del Sáhara? O peor a su hija, que acaso será violada o apaleada por sus carceleros libios.
¿Pero por qué tomársela con los políticos? Después de todo son la expresión de la voluntad popular. Es Italia entera la que ha olvidado los nombres de la diáspora eritrea y los de todas las diásporas que cruzan la frontera desde hace años por mar. La política y la prensa nos han enseñado a borrar sus nombres, a llamarlos "clandestinos", no hombres. Esta prensa perezosa, atentísima a sacar brillo a los mocasines de los políticos de turno, deshabituada a mancharse los zapatos en el campo. Quién dijo ley mordaza. El silencio de los medios de comunicación sobre el destino de los migrantes devueltos se llama autocensura. Y es un silencio culpable. Porque cuando dejemos de contar estas historias será como si nada hubiera ocurrido jamás. Se nos seguirá llenando la boca de retórica, acaso condenando las deportaciones de los judíos mientras alrededor de la "civilizada" Europa los muertos de la diáspora eritrea se cuentan por miles. Nos obstinamos en no entender que son nuestros muertos: son familiares de nuestros nuevos conciudadanos. Si no se lo creen, vayan a Alemania.
Hoy en Frankfurt se celebra una misa en memoria de los 77 eritreos que fueron abandonados frente a las costas de Malta en agosto de 2009 tras 23 días a la deriva. La organizaron los eritreos alemanes. La señora Gergishu Yohanes, de Colonia, tenía a su hermano pequeño, un chico de 16 años en esa barca. Fue ella quien se puso en contacto con los familiares del resto de víctimas. Llegarán a Frankfurt de toda Alemania, de Inglaterra, Suecia, Noruega, Suiza, Estados Unidos e Italia, donde hoy viven como refugiados. También los eritreos de Libia hubieran querido celebrar una misa por esos muertos. Pero los hechos de Misratah han sembrado el pánico. Mis amigos e informadores eritreos en Trípoli ya no salen de casa ni siquiera para actualizar sus blogs en los internet cafés de la capital. Tienen un miedo atroz. Miedo de que los 300 eritreos deportados desde la cárcel de Misratah sean repatriados y acaben en las cárceles del régimen eritreo. Y de que los próximos sean ellos.
Traducido para Rebelion por Gorka Larrabeiti